Estado primitivo el de nuestro cuerpo Leinad,
un ojo de luz suelta el olor de las rodillas
cuando los timbres ni suenan.
Aplastas la espalda, lo haces para volver al origen,
al gemir uno,
porque la sal y no el polvo pensó en ser sal,
con cero y la verdad a medida.
Drástica la muerte,
hombre que se desnuda entre paréntesis,
aplaude por sus ojos chinos lo torcer,
la quebradura de muñecas disney
y su noviazgo con puntas de avanzada,
que tranquilizan.
Estuvo precisamente precisada la verdad de nuestros nuestras Leinad.
Al fin hallamos la equis entre tanto telar odioso y odiado,
para hacerlo, hacerla,
en el luto del nos vemos,
de la policía buena,
de esa gruesa lluvia de ducha,
llorona como el mar y no la mar.
O en cualquier lado.
Mientras se hace olvidamos los nombres,
y nunca un apellido surge.
Me ves como si Perú entero enterara.
Las fotos alzan la mano. Aplaudir para ellas,
pero las manos están sacando rollos,
sacando polvo del cráneo que aún no,
que aún no.
Leinad, Leinad,
le tengo pena a los domingos en muerte donde ocurren otros días,
palabras aidiomáticas.
Juntamos los codos que nunca se ven, son tufo.
Lo único de vida en esta habitación es un terrón de azúcar,
y nuestros cuerpos, helos ahí,
sin vidas.
domingo, 2 de marzo de 2008
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