Autor PM.
domingo, 30 de marzo de 2008
jueves, 27 de marzo de 2008
sábado, 15 de marzo de 2008
viernes, 14 de marzo de 2008
jueves, 13 de marzo de 2008
martes, 11 de marzo de 2008
martes, 4 de marzo de 2008
domingo, 2 de marzo de 2008
Leinad
Estado primitivo el de nuestro cuerpo Leinad,
un ojo de luz suelta el olor de las rodillas
cuando los timbres ni suenan.
Aplastas la espalda, lo haces para volver al origen,
al gemir uno,
porque la sal y no el polvo pensó en ser sal,
con cero y la verdad a medida.
Drástica la muerte,
hombre que se desnuda entre paréntesis,
aplaude por sus ojos chinos lo torcer,
la quebradura de muñecas disney
y su noviazgo con puntas de avanzada,
que tranquilizan.
Estuvo precisamente precisada la verdad de nuestros nuestras Leinad.
Al fin hallamos la equis entre tanto telar odioso y odiado,
para hacerlo, hacerla,
en el luto del nos vemos,
de la policía buena,
de esa gruesa lluvia de ducha,
llorona como el mar y no la mar.
O en cualquier lado.
Mientras se hace olvidamos los nombres,
y nunca un apellido surge.
Me ves como si Perú entero enterara.
Las fotos alzan la mano. Aplaudir para ellas,
pero las manos están sacando rollos,
sacando polvo del cráneo que aún no,
que aún no.
Leinad, Leinad,
le tengo pena a los domingos en muerte donde ocurren otros días,
palabras aidiomáticas.
Juntamos los codos que nunca se ven, son tufo.
Lo único de vida en esta habitación es un terrón de azúcar,
y nuestros cuerpos, helos ahí,
sin vidas.
un ojo de luz suelta el olor de las rodillas
cuando los timbres ni suenan.
Aplastas la espalda, lo haces para volver al origen,
al gemir uno,
porque la sal y no el polvo pensó en ser sal,
con cero y la verdad a medida.
Drástica la muerte,
hombre que se desnuda entre paréntesis,
aplaude por sus ojos chinos lo torcer,
la quebradura de muñecas disney
y su noviazgo con puntas de avanzada,
que tranquilizan.
Estuvo precisamente precisada la verdad de nuestros nuestras Leinad.
Al fin hallamos la equis entre tanto telar odioso y odiado,
para hacerlo, hacerla,
en el luto del nos vemos,
de la policía buena,
de esa gruesa lluvia de ducha,
llorona como el mar y no la mar.
O en cualquier lado.
Mientras se hace olvidamos los nombres,
y nunca un apellido surge.
Me ves como si Perú entero enterara.
Las fotos alzan la mano. Aplaudir para ellas,
pero las manos están sacando rollos,
sacando polvo del cráneo que aún no,
que aún no.
Leinad, Leinad,
le tengo pena a los domingos en muerte donde ocurren otros días,
palabras aidiomáticas.
Juntamos los codos que nunca se ven, son tufo.
Lo único de vida en esta habitación es un terrón de azúcar,
y nuestros cuerpos, helos ahí,
sin vidas.
sábado, 1 de marzo de 2008
LIBRO: "ESCRIBI ESTOS VERSOS DE ESPALDA".
Introducción poeta Sergio Madrid Sielfeld
Cuando el lenguaje no dice como habitualmente dice, solemos pensar que estamos ante un producto más o menos monstruoso, una suerte de imbunche que sólo se deja ver a sí mismo, sin que nos refiera claramente las cosas. Ese producto, no obstante, suele ser poesía. Nos hallamos ante una poesía sobre todo del lenguaje: su opacidad es su efecto. Sus referencias nos indican un mundo más intuido que conocido, y de todas maneras, fragmentado.
Si Pablo Maire escribió estos versos de espalda, no fue dándole la espalda a la realidad, sino a una manera acostumbrada de significar. Toda la extrañeza de su producto, radica en una suerte de experimentación, poco habitual hoy en día, que encierra un misterio rítmico, una afasia en el plano del significado, una oscuridad que viene a ser una sordidez del lenguaje, una oscuridad cuyo reverso de luz se asoma y deja ver de manera embozada el tormentoso territorio del Yo.
Una poesía del Yo, por cuanto se pregunta por el Yo, y en su afán de significarse, se encuentra con las fronteras fantasmagóricas del sí-mismo, que, en definitiva, es el centro vacío de un mundo lleno. Este Yo que ha dejado la otredad a los demás, sólo puede sostenerse en el lenguaje, que es él mismo, aunque lo excede. Me aventuraría a afirmar que este producto poético es ese excedente del Yo, o dicho de otra forma, es el vacío del yo como excedente, una nada semántica que se articula por medio de la arquitectura material del lenguaje, y que deja ver en su reverso, por intuición, por emoción, por intensidad, un territorio pleno de significado, pero contenido como zona de lo indecible. Cruel paradoja no distinta del deseo.
Una poesía del deseo, por cuanto el lenguaje, como el deseo, inventa y consume su objeto transformándolo; por cuanto el lenguaje, como deseo, se consume a sí mismo transformándose.
No es este el lugar ni la ocasión para explicitar la riqueza retórica de esta poesía, que se les hará evidente ante su lectura, riqueza cualitativa por cuanto no busca persuadir sino consumirse en su opulencia; cuantitativa, por cuanto se desplaza continuamente de imagen en imagen hasta la saturación, en una obstinación proteica que puebla las páginas con una gran diversidad sonora. El uso y abuso del neologismo, la frecuente ruptura de concordancias, la sinestesia, el oximoron abren un zócalo variadísimo de hallazgos.
Hay algo inevitable: el ritmo. Podríamos decir: la vida: o la muerte. Hay algo invariable, luz o sombra, que como el ritmo es indecible.
Si Pablo Maire escribió estos versos de espalda, no fue dándole la espalda a la realidad, sino a una manera acostumbrada de significar. Toda la extrañeza de su producto, radica en una suerte de experimentación, poco habitual hoy en día, que encierra un misterio rítmico, una afasia en el plano del significado, una oscuridad que viene a ser una sordidez del lenguaje, una oscuridad cuyo reverso de luz se asoma y deja ver de manera embozada el tormentoso territorio del Yo.
Una poesía del Yo, por cuanto se pregunta por el Yo, y en su afán de significarse, se encuentra con las fronteras fantasmagóricas del sí-mismo, que, en definitiva, es el centro vacío de un mundo lleno. Este Yo que ha dejado la otredad a los demás, sólo puede sostenerse en el lenguaje, que es él mismo, aunque lo excede. Me aventuraría a afirmar que este producto poético es ese excedente del Yo, o dicho de otra forma, es el vacío del yo como excedente, una nada semántica que se articula por medio de la arquitectura material del lenguaje, y que deja ver en su reverso, por intuición, por emoción, por intensidad, un territorio pleno de significado, pero contenido como zona de lo indecible. Cruel paradoja no distinta del deseo.
Una poesía del deseo, por cuanto el lenguaje, como el deseo, inventa y consume su objeto transformándolo; por cuanto el lenguaje, como deseo, se consume a sí mismo transformándose.
No es este el lugar ni la ocasión para explicitar la riqueza retórica de esta poesía, que se les hará evidente ante su lectura, riqueza cualitativa por cuanto no busca persuadir sino consumirse en su opulencia; cuantitativa, por cuanto se desplaza continuamente de imagen en imagen hasta la saturación, en una obstinación proteica que puebla las páginas con una gran diversidad sonora. El uso y abuso del neologismo, la frecuente ruptura de concordancias, la sinestesia, el oximoron abren un zócalo variadísimo de hallazgos.
Hay algo inevitable: el ritmo. Podríamos decir: la vida: o la muerte. Hay algo invariable, luz o sombra, que como el ritmo es indecible.
LIBRO:

Cuando muera quiero que me corten las manos,
sé que vendrán por ellas.
ESCENA PRIMERA
Yo, terrible yo,
de espejos como ocurriendo
un calco que requiere su otro.
Ellos doblan a un donde
y a su vuelta el lugar.
Pronóstico: no hay propósito.
La poesía naufraga y
vacia los tiempos acá
PRIMAVERA
Atendí tus doctas
y metimos nuestras carnes sobre el mar para ser terrenales.
Rasco mis dudas y se arrojan flores a los codos del camino.
Nunca las invoco,
vuelven a ser las mismas que nacen y escriben para la primavera
hoy , en la enfermedad.
Parecen descoloridas, aunque entiendo el cuento y la fábula.
Alguien las elige para un amor muerto
o para un muerto que amó.
Tuve de mascota a los ángeles y jamás pedí una rosa.
Yerré al cortarlas,
me quemaron las yemas,
mi sangre palpó sus encías, el tallo.
Un desaparecido se detiene y pregunta tu tardía.
Le digo es ritual,
taparás mi vista cuando duerma, serás mis calzados
y tallarán contigo algún nombre.
Aquel detenido, tantas copias, capilar en el desierto,
decide refugiarse en las hojas perennes,
en los oxígenos,
en un río estéril, sin risas.
Las flores, las flores,
muchos ojos, una sola vista.
Pongo la boca en la bala manoseando tus sacerdotales,
resisto al sol para que no ancle en polen
y alimente la flor de florero que crece mirando el suelo.
Me estanco en la noche y gimo delito.
¡No pienso ser diurno!
ENTRE CAMAS
Pasa,
desvirtúa el aroma de este espacio,
desconcentra los alcances pues todo es contra.
Un teléfono espera una llamada,
la cama en coma por sexo en sed
jadea el riesgo
y la testicular que irrumpe de los focos
raja mi cuarto mientras se gastan los números del reloj.
En la cintura del portal,
mezo la herida que dibuja el semestre de las lunas y sus pezones.
La mampara acurruca la internal que huye a la noche.
La linterna guiña tu ojo para los verticales lejanos,
bizca como la tarde que mira delante y detrante.
Cuesta entrar por el portón de tu olfato,
concierto sin voz,
que desvanece perfiles y erupciona las espaldas.
Marzo me grita la edad,
octubre es morbo en cultivo
y Julio conscripto de los prescriptos.
En febrero los rieles se enrostran
cuando las jornadas se contagian de agarros para el gran diente,
el cielo, enlechado de estrellas como caries.
Oye,
soy un ladrón de sanatorios,
que corta amapolas del antejardín,
las fermenta y su alcohólico bebe.
La aguja son sus costados, no sus puntas,
tiéndete en tensión y afloja tradicional.
¡Suficiente!
el rector de los mundos necesita cirugía, eutanásica,
pero se asilará en los puertos secos,
en el cuero de los pétalos
o en el hambre de las tablas.
TANATOLOGÍA
Las bisagras tosen en un flanco de la ciudad
y los bolsillos que roncan para la vigilancia,
fallecen.
Ahí quién sino múltiplos de 1,
suma errática,
la resta de restos de rectos,
malos dividendos
que llenan cuartos empañando el metal
que pisan en la danza gritos guarecidos
que dan eco a un algo histérico.
En el mismo sitial,
la verba cortó la rabia de la sentencia
que sustantivó la lágrima articulada
en pasillos donde el musgo venció al sequío,
en libertades soterradas
y en galerías donde escuchó un surto clamor.
Derribados vieron los sifilíticos
ojos duros señalados en estos a veces,
hierros amarrándose a dedos tercos,
al paño que humecta los labios en celo
y narices abreviadas por el paso
de las acequias que se huelen
mientras la lluvia cae
en el apretado silencio de la tarde.
HEMOS
Lo nuevo en raíz,
con agua turbia o cierta,
abraza los lentes que nos separan.
Aquellos lápices ebrios
escriben mal el género de éste, su varón,
en un mundo de peajes
donde el antihéroe no puede entrar a vestirse.
Hemos dicen
y tapan la cara esas antiguas con sangre muerta.
Al menos son valientes las lunas,
que van contra la pared
hacia el lado de la mano alzheimer,
que mete su llave en el espejo
y adivina la edad de la edad.
sé que vendrán por ellas.
ESCENA PRIMERA
Yo, terrible yo,
de espejos como ocurriendo
un calco que requiere su otro.
Ellos doblan a un donde
y a su vuelta el lugar.
Pronóstico: no hay propósito.
La poesía naufraga y
vacia los tiempos acá
PRIMAVERA
Atendí tus doctas
y metimos nuestras carnes sobre el mar para ser terrenales.
Rasco mis dudas y se arrojan flores a los codos del camino.
Nunca las invoco,
vuelven a ser las mismas que nacen y escriben para la primavera
hoy , en la enfermedad.
Parecen descoloridas, aunque entiendo el cuento y la fábula.
Alguien las elige para un amor muerto
o para un muerto que amó.
Tuve de mascota a los ángeles y jamás pedí una rosa.
Yerré al cortarlas,
me quemaron las yemas,
mi sangre palpó sus encías, el tallo.
Un desaparecido se detiene y pregunta tu tardía.
Le digo es ritual,
taparás mi vista cuando duerma, serás mis calzados
y tallarán contigo algún nombre.
Aquel detenido, tantas copias, capilar en el desierto,
decide refugiarse en las hojas perennes,
en los oxígenos,
en un río estéril, sin risas.
Las flores, las flores,
muchos ojos, una sola vista.
Pongo la boca en la bala manoseando tus sacerdotales,
resisto al sol para que no ancle en polen
y alimente la flor de florero que crece mirando el suelo.
Me estanco en la noche y gimo delito.
¡No pienso ser diurno!
ENTRE CAMAS
Pasa,
desvirtúa el aroma de este espacio,
desconcentra los alcances pues todo es contra.
Un teléfono espera una llamada,
la cama en coma por sexo en sed
jadea el riesgo
y la testicular que irrumpe de los focos
raja mi cuarto mientras se gastan los números del reloj.
En la cintura del portal,
mezo la herida que dibuja el semestre de las lunas y sus pezones.
La mampara acurruca la internal que huye a la noche.
La linterna guiña tu ojo para los verticales lejanos,
bizca como la tarde que mira delante y detrante.
Cuesta entrar por el portón de tu olfato,
concierto sin voz,
que desvanece perfiles y erupciona las espaldas.
Marzo me grita la edad,
octubre es morbo en cultivo
y Julio conscripto de los prescriptos.
En febrero los rieles se enrostran
cuando las jornadas se contagian de agarros para el gran diente,
el cielo, enlechado de estrellas como caries.
Oye,
soy un ladrón de sanatorios,
que corta amapolas del antejardín,
las fermenta y su alcohólico bebe.
La aguja son sus costados, no sus puntas,
tiéndete en tensión y afloja tradicional.
¡Suficiente!
el rector de los mundos necesita cirugía, eutanásica,
pero se asilará en los puertos secos,
en el cuero de los pétalos
o en el hambre de las tablas.
TANATOLOGÍA
Las bisagras tosen en un flanco de la ciudad
y los bolsillos que roncan para la vigilancia,
fallecen.
Ahí quién sino múltiplos de 1,
suma errática,
la resta de restos de rectos,
malos dividendos
que llenan cuartos empañando el metal
que pisan en la danza gritos guarecidos
que dan eco a un algo histérico.
En el mismo sitial,
la verba cortó la rabia de la sentencia
que sustantivó la lágrima articulada
en pasillos donde el musgo venció al sequío,
en libertades soterradas
y en galerías donde escuchó un surto clamor.
Derribados vieron los sifilíticos
ojos duros señalados en estos a veces,
hierros amarrándose a dedos tercos,
al paño que humecta los labios en celo
y narices abreviadas por el paso
de las acequias que se huelen
mientras la lluvia cae
en el apretado silencio de la tarde.
HEMOS
Lo nuevo en raíz,
con agua turbia o cierta,
abraza los lentes que nos separan.
Aquellos lápices ebrios
escriben mal el género de éste, su varón,
en un mundo de peajes
donde el antihéroe no puede entrar a vestirse.
Hemos dicen
y tapan la cara esas antiguas con sangre muerta.
Al menos son valientes las lunas,
que van contra la pared
hacia el lado de la mano alzheimer,
que mete su llave en el espejo
y adivina la edad de la edad.
ME PESA EL SUELO
Soy hombres.
Cambio una adicción por otra.
Me pesa el suelo cuando la ciudad molesta con dormir.
No mi norte, mi sur, nunca el centro.
Apunto con los ojos tu cuerpo asesino.
Traigo una caja de dulces, vencidos.
Escribo moliendo tardes, moliendo mañanas.
Tengo un registro de bala.
Nací mal, es decir, un mal nacido.
Valiente he desertado, y así sucesivamente.
Quizás funcione en trozos,
a veces el pecho malo, otras el pecho bueno.
Lo que me creó fue un bostezo.
Soy hombres.
Cambio una adicción por otra.
Me pesa el suelo cuando la ciudad molesta con dormir.
No mi norte, mi sur, nunca el centro.
Apunto con los ojos tu cuerpo asesino.
Traigo una caja de dulces, vencidos.
Escribo moliendo tardes, moliendo mañanas.
Tengo un registro de bala.
Nací mal, es decir, un mal nacido.
Valiente he desertado, y así sucesivamente.
Quizás funcione en trozos,
a veces el pecho malo, otras el pecho bueno.
Lo que me creó fue un bostezo.
ESCENA SEGUNDA
I.-
Como eres anterior a mí,
no me llamo me nombraron.
Por lo tanto, sé de los párrafos hijos
o de algún verso huérfano que nació
antes, más antes.
Cuando se pegan tus colores en el espejo, al revés,
das génesis y ya en mi segunda lectura das éxodo.
En el detrás de la puerta rasco las venas,
donde se esconden los ocultos,
perezas de un rincón hecho a propósito.
Llega tu beso nacional y
esa nube herida que calló nuestra sexualidad, reaparece.
Entonces, nunca más entonces,
anduve con la brevedad.
Extendí el vapor de mis ejes,
alcancé vahos que viajaban la noche,
escuché el ahorco,
vi un nudo, lenguaje del silencio.
Uno siempre arrepiente el día anterior.
Y ese cuchillo afilado, es decir sin filo, se pone blando,
te muestra las marcas de mis laterales
mientras el resto sigue con sus juegos de naipes.
Hace frío, el clima precipita,
la entrenoche asoma su obra gruesa,
los talones hacia oriente
y echamos a correr los relojes para que el tiempo nos pese
y pueda ver tu obra maestra.
Como todo amor es drogadicto,
mi cuerpo manchado por pieles, ajenas de costumbre,
te dice que es hora de amnistiarnos,
darnos el beneficio de la duda
y un mal gobierno.
Bajemos los ojos, vayamos a universos
donde el hombre, por fin, haya desaparecido.
II.-
Una carta cosió mi nombre a pie de página
y notado en los superiores la fecha de vencimiento,
me visitó cierta sequedad.
Remitían los desadaptos y palabras delincuenciales.
Llantié, llantié, llantié,
pero como lo accidental se ampara en el minutaje,
fiel al régimen de turno,
calé papeletas para rastrear
el tiempo prestado por nuestras cábalas, probablemente.
Tras el gabinete de los perros,
mastiqué los días cuando la elipsis me hizo saber
que entre clandestinos desaparecían las frases al puño.
Costumbre de fundir pasado y futuro en el tilde,
mezclando la mecánica de los saludos
en versos versus o en la chatarra de las preposiciones.
¿ Por qué en las estaciones del año que son tres: otoño e invierno,
hablan las cortezas que responden al seseo de las hojas?
Muere en todos los úteros,
en cada dentadura carismática frente a nasales que te leen
para que los pulmones refluyan sus durantes.
Unido a la batalla de o contra,
vencedor o vencido, algo soy.
Siempre hay ventanas mayúsculas
que permiten al hombre fraguar sus propios concilios
y pensar al mundo como seudónimo.
III.-
La noche se nos abría seca, madre.
Tocabas tu costilla de hombre
y ese pelo sin fuego
movió las manos de Bach.
Sabes, temo mirar al espejo
y verme.
Concurre tanta gente y no distingo a nadie.
Sólo, tus caderas extendidas
que calman.
En el duelo existen palabras innecesarias,
por eso abrimos la boca para morir.
Cenicero de huellas húmedas,
acompañará nuestros cuerpos.
Ancha es la espalda de la muerte,
ópera sin verbo.
El hombre aún no nace.
Creamos que Johann es hombre.
Como te tocas mis genitales,
caigo sobre tu carne tardía.
En el fondo de uno se rabia.
No lo digas,
porque el agua se enreda a la mención.
Bach nunca pactaría con algo.
A la puerta trajes negros.
Y afiebrado les abro. En coro.
Alguien no sopló, silbó,
allí la música.
Tocata y fuga en re menor.
Aún busco mi costilla.
Juan Sebastián Bach.
IV.-
En un grupo de hojas quemadas
el largo no término,
y en partida lanzaron los cuerpos a mediados,
sobre la virgen de los calendarios.
Nada es cuestión,
hecho el verso para cierta humanidad,
arrugamos la frente al último,
y en cada uno la muerte pronunciada.
El ni ella, elu.
La lucha se grita cobarde y ronca.
Ha caído un niño,
súbanlo, sin luz para no agredir.
Un chuzo nos aloja el pecho,
será la madre que aún pide no parir.
Me lavo en su boca comunitaria,
sin calor, sin frío.
Quemo nubes desde el ala de mi vereda.
Al no haber las invento.
Se miran un sepelio,
son cada tiempo que se agrupan
como hojas quemadas.
V.-
Camino por el memorial, tarjetal de muertos,
al anochecer de los medios días
para dormitar en sus cada,
polvoriento tras fingir en la cena con ensayo y aliño.
Bajo cielo en tragedia,
el roce de la distancia cierra la llave del día
o la ebriedad de los husos rompiendo el estío del reposo
cuando se miran los xx con los xy.
Ríe la sed a orillas de la playa,
mientras las carnes son barridas por las crónicas
que reclaman sus ingredientes escribiendo sin, borrando con.
Florea de quimeras la sombra, sobras de la luz,
que gritan a través de los micrófonos de la homogénea:
“el inhalo asesinó al exhalo”
Asusto y meto crimen a la médula
cuando el terrenal se tuerce de semillas.
A la curva una página, anúmerica e innumerable.
Producto: cáscara, clara y yema,
Santísima Trinidad.
¡Vete astro!
glande que nos alumbra, patrón de las nubes,
a orar frente a nuestra conjetura, el hospital.
Hebra el espiral de un pozo sentado
en el calambre del ya y los diles,
lloviendo textual otoños e inviernos,
delincuentes que alguna estación mujer
mudó entremedio de los anuarios.
Las extensiones del azar no existen,
y dios se ríe.
VI.-
La muerte,
ahojada en las manos de pretérito,
la que echa lo dormido
a la copa derramada en su fondo,
reposando el pronto.
El mañana siente su tejido
en la idea bestial del toque,
cuando remanga las cáscaras de la garganta
al YO escondido en la escalera de los interiores.
La muerte,
ayer vista un poco menstrual,
sentada sobre muertos anteriores,
siendo mía su huida,
percibí el silbo agresivo del Do
y la corriente con tinte acre.
Corra por el registro académico de las calles,
que ninguna lleva mi nombre.
Pero su huella digital, los huesos,
marchen a los idos vueltos del silencio y
a la seriedad del fin
cuando el aleteo del mar
calle sobre los peñascos.
La muerte bracea el péndulo
que con sus nudos golpea el sueño,
una cuerda sobre la mesa,
emblema de olor hemisférico,
terrícola y celestícola.
Un civil registro de tu nombre
en la moneda que todos portan,
inaugurando siglos y sentenciándolos.
A la hora de mi muerte,
sumerjo panes en la abadía del latir
para que los coman las piedras que rugen al caer
a mi caja envenada de tiempos, matemáticas y religiones.
¡Salud por la copa de fondo derramada!
TELÓN
Perdón por el ayerismo, pero ovúlica es la memoria.
Con ojos desvestidos, sin sus huesos,
pisé mis ojeras y el último fracaso que la lluvia publicitó en la arenga
del tiempo que asedia nuestros cadáveres.
Me obligaron los ombligos oír sus oídos, contenido,
como un sentimiento de palo que golpea los faldeos de la maña
y aliña el acné donde calzan los dioses un aroma funesto.
Enmuellado en mi único derecho, el de la muerte,
rasgué un bisturí para que corte mi gasolina interna
y eleve el tufo de la tincada sobre las esclavas.
¡Que se suiciden los halos mientras armo un coito criminal!
La ciudad está enrratada y me ha caminado,
botando uretra y grados que zumban analgésicos.
Pocos saludan, otros varios migran.
Tú sabes que el género fue escrito con pestañas de hombre.
Debí nacer al principio, cuando no existíamos.
Tendido sobre el pezón de la muerte
y abrigado por sus costras,
torcí sordas que cantaban con ego
a las lágrimas que mojaron el pañuelo del desierto.
Me miraban con leche cayendo tan nórdicas de colores
que sus pelambres rompían en mis besadores.
Gracias a tu flor de púa y punzón,
repartías quienes, alumbramientos.
Solo, zurdo escribano, amarro la diestra.
Sudo quieto, silente.
Cedo la otredad a los otros.
Aún duermo en el ruido.
Como eres anterior a mí,
no me llamo me nombraron.
Por lo tanto, sé de los párrafos hijos
o de algún verso huérfano que nació
antes, más antes.
Cuando se pegan tus colores en el espejo, al revés,
das génesis y ya en mi segunda lectura das éxodo.
En el detrás de la puerta rasco las venas,
donde se esconden los ocultos,
perezas de un rincón hecho a propósito.
Llega tu beso nacional y
esa nube herida que calló nuestra sexualidad, reaparece.
Entonces, nunca más entonces,
anduve con la brevedad.
Extendí el vapor de mis ejes,
alcancé vahos que viajaban la noche,
escuché el ahorco,
vi un nudo, lenguaje del silencio.
Uno siempre arrepiente el día anterior.
Y ese cuchillo afilado, es decir sin filo, se pone blando,
te muestra las marcas de mis laterales
mientras el resto sigue con sus juegos de naipes.
Hace frío, el clima precipita,
la entrenoche asoma su obra gruesa,
los talones hacia oriente
y echamos a correr los relojes para que el tiempo nos pese
y pueda ver tu obra maestra.
Como todo amor es drogadicto,
mi cuerpo manchado por pieles, ajenas de costumbre,
te dice que es hora de amnistiarnos,
darnos el beneficio de la duda
y un mal gobierno.
Bajemos los ojos, vayamos a universos
donde el hombre, por fin, haya desaparecido.
II.-
Una carta cosió mi nombre a pie de página
y notado en los superiores la fecha de vencimiento,
me visitó cierta sequedad.
Remitían los desadaptos y palabras delincuenciales.
Llantié, llantié, llantié,
pero como lo accidental se ampara en el minutaje,
fiel al régimen de turno,
calé papeletas para rastrear
el tiempo prestado por nuestras cábalas, probablemente.
Tras el gabinete de los perros,
mastiqué los días cuando la elipsis me hizo saber
que entre clandestinos desaparecían las frases al puño.
Costumbre de fundir pasado y futuro en el tilde,
mezclando la mecánica de los saludos
en versos versus o en la chatarra de las preposiciones.
¿ Por qué en las estaciones del año que son tres: otoño e invierno,
hablan las cortezas que responden al seseo de las hojas?
Muere en todos los úteros,
en cada dentadura carismática frente a nasales que te leen
para que los pulmones refluyan sus durantes.
Unido a la batalla de o contra,
vencedor o vencido, algo soy.
Siempre hay ventanas mayúsculas
que permiten al hombre fraguar sus propios concilios
y pensar al mundo como seudónimo.
III.-
La noche se nos abría seca, madre.
Tocabas tu costilla de hombre
y ese pelo sin fuego
movió las manos de Bach.
Sabes, temo mirar al espejo
y verme.
Concurre tanta gente y no distingo a nadie.
Sólo, tus caderas extendidas
que calman.
En el duelo existen palabras innecesarias,
por eso abrimos la boca para morir.
Cenicero de huellas húmedas,
acompañará nuestros cuerpos.
Ancha es la espalda de la muerte,
ópera sin verbo.
El hombre aún no nace.
Creamos que Johann es hombre.
Como te tocas mis genitales,
caigo sobre tu carne tardía.
En el fondo de uno se rabia.
No lo digas,
porque el agua se enreda a la mención.
Bach nunca pactaría con algo.
A la puerta trajes negros.
Y afiebrado les abro. En coro.
Alguien no sopló, silbó,
allí la música.
Tocata y fuga en re menor.
Aún busco mi costilla.
Juan Sebastián Bach.
IV.-
En un grupo de hojas quemadas
el largo no término,
y en partida lanzaron los cuerpos a mediados,
sobre la virgen de los calendarios.
Nada es cuestión,
hecho el verso para cierta humanidad,
arrugamos la frente al último,
y en cada uno la muerte pronunciada.
El ni ella, elu.
La lucha se grita cobarde y ronca.
Ha caído un niño,
súbanlo, sin luz para no agredir.
Un chuzo nos aloja el pecho,
será la madre que aún pide no parir.
Me lavo en su boca comunitaria,
sin calor, sin frío.
Quemo nubes desde el ala de mi vereda.
Al no haber las invento.
Se miran un sepelio,
son cada tiempo que se agrupan
como hojas quemadas.
V.-
Camino por el memorial, tarjetal de muertos,
al anochecer de los medios días
para dormitar en sus cada,
polvoriento tras fingir en la cena con ensayo y aliño.
Bajo cielo en tragedia,
el roce de la distancia cierra la llave del día
o la ebriedad de los husos rompiendo el estío del reposo
cuando se miran los xx con los xy.
Ríe la sed a orillas de la playa,
mientras las carnes son barridas por las crónicas
que reclaman sus ingredientes escribiendo sin, borrando con.
Florea de quimeras la sombra, sobras de la luz,
que gritan a través de los micrófonos de la homogénea:
“el inhalo asesinó al exhalo”
Asusto y meto crimen a la médula
cuando el terrenal se tuerce de semillas.
A la curva una página, anúmerica e innumerable.
Producto: cáscara, clara y yema,
Santísima Trinidad.
¡Vete astro!
glande que nos alumbra, patrón de las nubes,
a orar frente a nuestra conjetura, el hospital.
Hebra el espiral de un pozo sentado
en el calambre del ya y los diles,
lloviendo textual otoños e inviernos,
delincuentes que alguna estación mujer
mudó entremedio de los anuarios.
Las extensiones del azar no existen,
y dios se ríe.
VI.-
La muerte,
ahojada en las manos de pretérito,
la que echa lo dormido
a la copa derramada en su fondo,
reposando el pronto.
El mañana siente su tejido
en la idea bestial del toque,
cuando remanga las cáscaras de la garganta
al YO escondido en la escalera de los interiores.
La muerte,
ayer vista un poco menstrual,
sentada sobre muertos anteriores,
siendo mía su huida,
percibí el silbo agresivo del Do
y la corriente con tinte acre.
Corra por el registro académico de las calles,
que ninguna lleva mi nombre.
Pero su huella digital, los huesos,
marchen a los idos vueltos del silencio y
a la seriedad del fin
cuando el aleteo del mar
calle sobre los peñascos.
La muerte bracea el péndulo
que con sus nudos golpea el sueño,
una cuerda sobre la mesa,
emblema de olor hemisférico,
terrícola y celestícola.
Un civil registro de tu nombre
en la moneda que todos portan,
inaugurando siglos y sentenciándolos.
A la hora de mi muerte,
sumerjo panes en la abadía del latir
para que los coman las piedras que rugen al caer
a mi caja envenada de tiempos, matemáticas y religiones.
¡Salud por la copa de fondo derramada!
TELÓN
Perdón por el ayerismo, pero ovúlica es la memoria.
Con ojos desvestidos, sin sus huesos,
pisé mis ojeras y el último fracaso que la lluvia publicitó en la arenga
del tiempo que asedia nuestros cadáveres.
Me obligaron los ombligos oír sus oídos, contenido,
como un sentimiento de palo que golpea los faldeos de la maña
y aliña el acné donde calzan los dioses un aroma funesto.
Enmuellado en mi único derecho, el de la muerte,
rasgué un bisturí para que corte mi gasolina interna
y eleve el tufo de la tincada sobre las esclavas.
¡Que se suiciden los halos mientras armo un coito criminal!
La ciudad está enrratada y me ha caminado,
botando uretra y grados que zumban analgésicos.
Pocos saludan, otros varios migran.
Tú sabes que el género fue escrito con pestañas de hombre.
Debí nacer al principio, cuando no existíamos.
Tendido sobre el pezón de la muerte
y abrigado por sus costras,
torcí sordas que cantaban con ego
a las lágrimas que mojaron el pañuelo del desierto.
Me miraban con leche cayendo tan nórdicas de colores
que sus pelambres rompían en mis besadores.
Gracias a tu flor de púa y punzón,
repartías quienes, alumbramientos.
Solo, zurdo escribano, amarro la diestra.
Sudo quieto, silente.
Cedo la otredad a los otros.
Aún duermo en el ruido.
Valparaíso, 2007-
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